Se disputaba la final del campeonato nacional de karting. Bajo el sol de primavera, brillaban en el paddock las carpas con los colores vivos de los equipos que albergaban. Un niño con un patinete llevaba un juego de ruedas nuevas metidas en los brazos: recordaba, en negativo, al anuncio de Michelín que decoraba los altos en las carreteras de hacía ya muchos años.
Mientras los mecánicos terminaban de poner a punto los chasis y empezaban a calentar motores, Samuel, con el mono azul puesto, hacía girar la rueda delantera de su kart; al lado suyo, Rubén, su mecánico, terminaba de ajustar la cadena. Dejó la herramienta en la caja que había sobre la mesa, y entonces Samu se dio cuenta que tenía algo diferente a las demás, un pequeño cajón rojo.
- Rubén, ¿Qué hay en el cajón rojo?.
- Dos décimas; ese es el cajón donde están esas dos décimas que hacen ganar una carrera.
- Yo las quiero, Rubén.
- En su momento ya veremos, a lo mejor no las necesitas.
Sonó la sirena que anunciaba que debías salir ya hacia la preparrilla; Rubén arrancó el motor y con la mano accionó el acelerador, suavemente, casi como si lo acariciara.
- Ponte el casco, que vamos para allá.
Era la manga de clasificación y Samu logró el cuarto puesto. Al terminar pasaron por la báscula y de regreso a la carpa, Samu insistió:
- Rubén, necesito esas dos décimas, ¡salgo cuarto y por la parte sucia!.
- Tú haces buenas salidas, no creo que necesites todavía lo que hay en el cajón rojo. Por lo pronto voy a quitar un diente para que tengas un poco más de velocidad punta, pero tienes que ser muy suave en las curvas, porque tendrás menos salida- mientras decía el final de la frase, con los dedos índice y pulgar juntos, hizo un balanceo de los brazos, como si fueran los de una báscula buscando el centro.
Mientras Rubén hablaba, Samu limpiaba los pontones, quitándole el polvo y la goma que habían cogido. Sabía que el cuarto era una posición muy comprometida, con muchos coches por detrás dispuestos a quitarle la posición en la primera curva.
Estuvieron callados, acada uno en sus pensamientos, hasta que volvió a sonar la sirena que llamaba a la preparrilla para disputar la prefinal.
Se repitió el mismo ritual que en todas las carreras, Samu se puso el protector de costillas y el casco; Rubén le ayudó a enfundarse los guantes y después arrancó el motor para calentarlo mientras empujaba el carro hasta la puerta de preparrilla. Antes de sentarse en el kart, se dieron un abrazo silencioso, sabían que compartían ilusiones y sueños y esa carrera era muy importante para los dos.
La salida fue perfecta, Samu se colocó tercero enseguida y estuvo en el trío de cabeza, luchando por la posición en todas las curvas; empezó la última vuelta, él iba el segundo y detrás iba el 17, que llevaba media carrera intentando adelantarle sin conseguirlo; al final de recta, cuando fue a cerrar la trazada, el 17, pasado de frenada, le metió el morro golpeándole en el lateral; Samu sintió el golpe en el kart y en lo más profundo de su alma, sintiendo como derrapaba de atrás, se cruzaba en la pista, pasaba la escapatoria y se quedaba parado en la tierra: al ir a acelerar una oleada de desesperación le recorrió todo el cuerpo: ¡se había salido la cadena!; allí se acababa la carrera.
Un comisario le indicaba que saliera del kart y se dirigiera al puesto de control, desde donde Samu vio entristecido como iban llegando los otros pilotos: al ver pasar al 17 no pudo evitar un sentimiento de rabia que pronto se quitó de la cabeza porque tenía que estar con todas sus facultades listas ya que en la final saldría desde el último puesto.
Al llegar en el coche de asistencia, con el kart en el remolque, Rubén le dio un abrazo como si hubieran ganado: “¡Has estado fenomenal!, eso es una carrera”.
Ya en la carpa, Samu se acercó a la caja de herramientas y tocó con la punta de los dedos el cajón rojo:
- Rubén, ahora sí que necesito esas décimas.
- Siéntate aquí- le señaló una silla junto al kart. Rubén estaba desmontando el eje, que se había doblado, y como si estuviera hablando solo en voz alta, siguió: - muchos pilotos me han pedido que les pusiera lo que hay en ese cajón, creyendo que sería una pieza secreta, algo milagrosos que hiciera el tiempo que ellos no eran capaces sacar; pero nunca, jamás, he llegado a abrir ese cajón ni, hasta ahora, le he dicho a nadie lo que había dentro. Es algo que no se puede ver con los ojos, que no se puede tocar con las manos y que en cambio va a ser capaz de hacerte ganar.
Se calló un momento, concentrado en el esfuerzo de tirar del eje para afuera.
- Lo que hay en ese cajón también está dentro de ti, porque cada piloto tiene dentro una caja de herramientas como esa: saben trazar, saben acelerar, saben frenar y carburar, pero no todos saben que las dos últimas décimas se consiguen sólo con trabajo y creyendo en uno mismo: tú ya has hechos tu trabajo, has entrenado duro y has aprendido mucho, ahora vas a salir ahí fuera y les vas a demostrar que tú puedes, que eres diferente porque no te vienes abajo y de la dificultad sacas fuerza.
Con el eje montado Rubén terminó de colocar las ruedas:
- Ahora cierra los ojos, busca en tu interior ese pequeño cajón rojo, ¿lo ves?.
- Sí –dijo Samu con los ojos cerrados.
- Ábrelo y deja que su contenido se extienda por ti, como si fuera un gas que empieza por los pies; ¿sientes como te llena las piernas?.
- Sí.
- Sube por el vientre, los hombros y te invade toda la cabeza; ahora, más suavemente, como la niebla cuando baja por las montañas, desciende por tu cuello, te invade el pecho y llega al corazón; retenlo ahí, quédate con esa sensación porque ese es mi campeón. Ahora abre los ojos, pero despacio, que tenemos que ir ya a la final.
Samu sintió como si el cuerpo le pesara menos, el casco ya no era lo que le protegía la cabeza sino lo que le aislaba del exterior, impidiendo que se escapara esa placentera sensación de su interior.
Pasó el tiempo de la preparrilla concentrado en esa nueva sensación, arrancaron los motores e hicieron la vuelta de formación: delante de él Samu veía la trasera de la larga fila de Karts que le precedían; antes de llegar a la recta de salida, soltó la mano derecha del volante y se tocó el corazón un segundo antes que se apagara el semáforo.
Trazó la primera curva por fuera, dejando salir el kart por la escapatoria, lo que le permitió remontar tres puestos de golpe; mientras avanzaba la carrera siguió recuperando puestos, algunos por golpes de otros pilotos o por fallos mecánicos, pero la mayoría por adelantamientos extremos.
A falta de tres vueltas ya iba el cuarto; tenía delante al trío de cabeza que cerraba el 17; Samu sabía que era más rápido, porque iba cogiendo referencias y contando segundos en la mente, recuperaba casi uno por vuelta. Al pasar por la línea de llegada, cuando el comisario sacó el cartel de “última vuelta”, Samu ya les había cogido. En la curva de final de recta el 17 volvió a intentar meterse por dentro, esta vez del 15, alargando la frenada, pero le salió mal y el 15 consiguió esquivarle: Samu aprovechó el hueco, agarró fuerte el volante y se colocó tercero, pero detrás suyo estaba otra vez el 17, y sabía que no dejaría de pelear por el puesto de podio.
Delante el 15 intentaba pasar al 4, luchando por la primera posición, pero un error de cálculo hizo que los dos se engancharan, quedando cruzados en la pista. Samu los esquivó y vio que el 17 también: ahora era una cuestión entre los dos.
El esfuerzo por remontar había pasado factura a las ruedas de Samu, que habían perdido adherencia, de lo que rápidamente se dio cuenta el 17, empezando las hostilidades ya en la siguiente curva. Samu sabía que no podía dejar hueco, porque le volvería a meter el morro a saco y entonces se acordó de la caja de herramientas de Rubén y buscó todas las formas posibles de evitar ser pasado con un coche más lento. En la recta de arriba cambió la trazada, dejándole la parte limpia al 17 que, sorprendido tardó el tiempo suficiente en reaccionar como para que Samu volviera a cerrar la trazada antes que pudiera meterse por el interior en la curva. Siguieron así hasta el último punto de adelantamiento: Samu ya lo había intentado todo y tenía que encontrar rápidamente la forma de engañarle. Alargó la frenada un poco y cuando dio un volantazo para meterse el 17 se encontró con que se acababa la pista, pasándose de frenada, lo que le dio a Samu los metros suficientes para enfrentar con seguridad la recta de meta; cuando bajó la bandera de cuadros, dentro de su casco se rompió el silencio: “¡Si, sí!”.
Mientras daba la vuelta para entrar en el parque cerrado, Samu volvió dentro de sí y, como le había enseñado Rubén, ordenó la caja de herramientas, guardando con cuidado en el pequeño cajón rojo lo que había aprendido y que luego necesitaría tantas veces en el futuro.
Joder, compañero, se me han puesto los pelos como escarpias,estoy sin palabras.
ResponderEliminarUn saludo y enhorabuena por la entrada.
Gracis por haberlo leído; cada cual vamos por la vida con nuestra caja de herramientas; espero que con este cuentecito podamos ir ampliando el contenido de la caja de cada cual.
ResponderEliminarme ha encantado y sí, es en el corazón donde se esconden las décimas que todos necesitamos en la vida.
ResponderEliminarbesos
@Diana: pues tendremos que hurgar bien por nuestros corazones para la siguiente carrera, que hay que defender esa posición de líder en el campeonato. Nos vemos para comer ;-)
ResponderEliminarEstimado Jon,
ResponderEliminarMe encanta leer que todavía queda gente que tan solo cree en el trabajo duro. Y que incluso siendo un poco menos bueno, si trabajas mucho más que el otro al final lo consigues superar ¡Qué pena que los que rigen o lideran nuestra sociedad estén en contra del trabajo!
@Primo de Anónimo: a los que nos gobiernan les pasa un poco como pretendo transmitir en el cuento: con unas herramientas limitadas (aumentar el gasto público) ha durado poco la chapuza para salir del paro; ahora, desde Europa les exigen utilizar nuevas herramientas, pero, ¿saben?. Voy a decir una burrada que a lo mejor hace que más de uno se me eche al cuello: creo que si paises como Grecia (posiblemente España y Portugal estén en una situación parecida) no han sido capaces de gobernarse y han utilizado la mentira para cuadrar cifras, está bien que se les ayude, pero perdiendo las competencias en materia económica y haciendo (y controlando) el presupuesto desde Bruselas hasta que se reintegre el último Euro adelantado; la misma receta valdría para las entidades financieras a las que se les ha inyectado dionero para ser repartido como beneficios.
ResponderEliminarPero, claro, pensando así nunca tendremos acceso al gobierno, ¿verdad?.
Muy buena la entrada, Jon, felicidades.
ResponderEliminarCierto es que hay que buscar más dentro de uno mismo y usar la mente huyendo de costumbres anquilosadas y anquilosantes... rival desconcertado.
saludos
@Martin Herzog: sería una lección que no vendría mal en red Bull en estos momentos de crisis. Gracias por la felicitación.
ResponderEliminarUna gran relato Jon, un gran relato. La fe en uno mismo es algo fundamental para conseguir las metas que nos nos propongamos y superas la trabas que siempre se nos ponen en el camino.
ResponderEliminarUn saludo
@Hiarbas: gracias; eso es lo que creo; desde que blogueo mi caja de herramientas paar entender la F1 se ha ampliado mucho.
ResponderEliminarGenial entrada, y en cuanto a su propuesta económica, también muy buena. Yo le votaría.
ResponderEliminar@Drew: Gracias por el comentario y queda apuntado tu voto.
ResponderEliminarHermosa historia.
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